No importaba ninguna otra situación, lo relevante era
conseguir el objetivo.
Su mundo
se mantenía en un pequeño equilibrio demasiado frágil, realizando únicamente
aquello que le permitía evitar el desastre. Las relaciones sociales lo más
escazas posibles, no vaya a ser que le entorpezcan. Solamente lo que le
permitía mantener una vida aparentemente normal era lo segundo más importante
en su prioridad, puesto que, sin ello, no podría cumplir con sus objetivos.
Muy
inteligente y estratégico, moviendo únicamente los aspectos indispensables,
tratando de pasar desapercibido.
La
mayoría lo veía como a alguien normal, tímido y asocial, pero dentro de lo
cotidiano. Al fin y al cabo, no había realizado ninguna cuestión extraordinaria
o digna de mención, ni para bien ni para mal.
Investigó
durante mucho tiempo, se podría decir que por varios años. Era alguien muy
constante que se mantenía demasiado ocupado en su tiempo libre, el cual
consideraba su verdadero trabajo.
Planeó
todo con frialdad, las noches eran sus aliadas. Mientras los demás dormían, él
se mantenía extenuando su estrategia.
Logró
averiguar en dónde se podían conseguir, a quién acudir, cuánto costaba y que
aspecto tenía.
Durante
su trayecto hacía el objetivo, descubrió que había alguien más, otra persona
que sabía casi lo mismo que él y también estaba en camino, pero era más lenta.
No se encontraba tan preparada.
No era
relevante el segundo sujeto, el premio se podía compartir, mientras siguiera
existiendo y siéndole útil, lo demás carecía de importancia.
Viajó
por muchos lugares, recorriendo varias ciudades, pueblos y bastante carretera.
Finalmente
se encontró frente a la gran metrópoli, que vendía todos los productos
fabricados con la materia prima que no producían.
Caminó
varias cuadras, un recorrido más ya no le era significativo después de tantas
horas de trayecto.
Entró al
establecimiento. Estaba solo, excepto por aquella persona que conocía los
secretos, aunque superficialmente, de aquel enigmático producto.
Lo
estaba esperando y él lo sabía. Se sentó en la misma mesa y ordenó una muestra
del producto, pero con algunas especificaciones que ningún otro cliente se
había atrevido a sugerir nunca.
La
mesera lo dudó un momento, le parecía una mezcla extraña y no estaba segura de
si podía conseguir aquel resultado, pero le insistió que era asequible, así que
se dirigió dubitativa con el que podía realizar aquella maniobra.
También a
él se le hizo muy insólito, pues nadie había pedido algo similar. Alzó los
brazos con indiferencia y se dedicó a completar la hazaña, no sin antes
advertir que el resultado tardaría en conseguirse.
Fueron
avisados los dos únicos personajes dentro del local, a ninguno le preocupó,
estaban decidiendo quién sería el primero en hacer uso de tan esperado objeto.
Ya que el
recién llegado estaba más informado y dispuesto a probar que funcionara todo de
acuerdo con los resultados prestablecidos; se afirmó, sin palabra alguna, que
él sería quien comenzaría con la experiencia.
Pasada
media hora, llegó el producto, servido en un simple plato. Todavía se mantenía
caliente.
El
cocinero y la mesera observaban desde la distancia, lo más discretos posibles.
Ya era insólito que ambos personajes pidieran solo ese platillo, que fuera uno para
los dos; pero lo más sorprendente es que parecía que lo disfrutaban, por más de
diez minutos permanecieron examinando el pequeño e insignificante panqué.
Lo
levantó aquel que había viajado más tiempo, tomándolo con una mano por la
envoltura y examinándolo por todas las partes visibles que pudo.
La
mesera se apresuró a poner el letrero de cerrado, ese acontecimiento era algo
para no perderse. Regresó rápidamente con el panadero. Ambos afirmaron que no
habían visto un semblante de tanta concentración en ningún rostro humano en su
vida. Juraban que se les saldrían los ojos de las orbitas o que la vena que se
le asomaba iba a comenzar a palpitar a simple vista.
Estaban
sumamente emocionados viendo el espectáculo, ¿quién daría el primer bocado?,
¿estarán todo el día viendo ese pequeño pan?, ¿qué tiene de especial? No se
atrevían a intervenir. La situación era tan surrealista que resultaba mágica.
La realidad superaba la ficción.
Media
hora después de haber sido servido aquel panqué, seguía intacto, solo lo habían
manoseado desde la cubierta, ya ni siquiera estaba caliente.
Las
miradas de los dos comensales se cruzaron, ambos sabían que había llegado el
momento.
Él le
dio un mordisco e inmediatamente un líquido azul comenzó a derramarse como si estuviera
sangrando el pan, iba demasiado rápido y se concentraba en el plato, por suerte
permanecía ahí y no ensuciaba los alrededores.
Fue
dejado ceremoniosamente en la mesa, los ojos del extraño sujeto se cerraron.
La otra persona lo examinaba.
Mientras el panqué seguía chorreando el líquido viscoso y azulado.
La
cabeza del que lo había probado se venció, cayendo por su propio peso sobre la
espalda, el cuello ya no la mantenía erguida. Los brazos cedieron de igual forma,
libres de cualquier poder voluntario.
Estaba
claro que algo sucedía, aquel sujeto estaba en una especie de trance.
Y así
permaneció, inmerso en su obsesión, en un sueño majestuoso que pocos han
conocido.
Tanto
tiempo esperando…
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