Fue de viaje de turismo a una playa poco conocida, era una de
las pocas personas que llegaban a esos lados y que además lo hacía por cuestiones
puramente de entretenimiento.
La costa
muy limpia, al igual que el pequeño pueblo, que a diferencia de otras riberas,
no estaba situada alrededor de un conjunto de laderas o zonas montañosas; sino
que era una especie de planicie con un minúsculo acantilado que servía de
malecón para los peatones.
El
arenal se encontraba con baja marea y rara vez llegaba a la construcción que
hicieron sobre el pequeñísimo precipicio, con una altura no superior a cinco
metros en la parte mayor.
Algunos
sitios del andador ni siquiera cuentan con protección, sino que culminan en escalones
para un descenso más cómodo hacía la playa.
Al
terminar el malecón, a una altura aproximada de tres metros, se encuentran unas
escalinatas que no derivan directamente al mar, sino que se curvean hacia el
pueblo, rodean un montículo pedregoso escarbado por las personas y continúan
por un camino muy estrecho hacía la arena, pero no de frente al océano, en
lugar de eso, va en la misma dirección que el malecón, quedando el hermoso azul
de las olas a la izquierda.
Del lado
opuesto a la salida de este tramo se encuentre una especie de construcción,
incrustada debajo de un cerro de pequeño tamaño, el cual es cortado
abruptamente por la marea que pega constantemente en el costado.
La
anchura del edificio es del grosor total de la playa. Su fachada se encuentra dividida
en dos aparadores con grandes vidrieras y un pasillo central que permite el
ingreso a los establecimientos. Aquel que se encuentra a la izquierda de la
entrada, vende regalos y artículos de interés para situaciones especiales, lo
que más asoma son peluches de todos los tamaños y formas, además de alguna que
otra caja de chocolates; mientras que a la derecha se encuentra un local vacío,
sin iluminación, pareciera que lleva mucho tiempo en esas condiciones de
abandono, pues el polvo se hacía presente.
Al
final del único pasillo largo con el que cuenta el recinto, solo se percibía la
oscuridad escapando de la tenue iluminación brindaba por el elegante puesto de presentes.
Ya había recorrido el pueblo con su amiga que ahí vivía,
ella le mostró los sitios de interés, además de que tuvieron una conversación
muy amena mientras caminaban desde el comienzo del malecón hasta el final del
camino, donde comenzaba el descenso hacia la playa en forma de escalera de caracol
alrededor del pedrusco.
En la
explanada antes de comenzar la bajada por las escalinatas se detuvieron para
admirar la puesta de sol. Los dos se encontraban acomodados sobre el barandal
con el peñasco a su izquierda.
Disfrutaron
de un mágico momento juntos, como hace mucho que no lo hacían. Pocas personas
transitaban esa zona, todos eran del pueblo. Un señor bajó con sus dos hijos a
la playa, para chapotear en los últimos rayos de sol.
La luz
de la tienda comenzaba a ser más llamativa, conforme se atenuaban la
luminiscencia astral.
Le
preguntó a su amiga sobre aquella claridad que brillaba en la arena de la ya
casi oscura playa.
Entusiasmado
al enterarse de que era una tienda de regalos, quiso bajar mientras aun pudiera
ver los escalones, aunque su amiga le advirtió que ya no tardaban en cerrar,
pues era tarde.
Sin
perder el tiempo, bajaron a toda prisa y se dirigieron al local, eran los
únicos clientes y la chica encargada se les acercó para decirles que ya era
tiempo de cerrar, que podían ver lo que quisieran, pero el sistema ya no le iba
a permitir efectuar un pago a esas horas.
Caminaron
entre todos los regalos, tarjetas de felicitación, peluches y obras sumamente
creativas para ser presentadas a un ser especial.
Se le
ocurrió que podía trabajar en ese establecimiento, le había gustado el pueblo y
se maravillaba con lo simple y atractiva que era la vida en este sitio.
Preguntó
a la vendedora y esta se sonrojó, pues no estaban solicitando empleados en ese
momento.
Salieron
al pasillo que une los dos locales, pues las puertas de los comercios están
encontradas y no dan directamente hacía la playa, evitando así que los clientes
ingresaran con arena. El piso es de una roca porosa que parecía trabajada de
manera tosca, como si hubiera sido cortada usando golpes de otras piedras. La
mayoría del polvo que ahí se encontraba era empujado por un viento que iba en
dirección a la salida, dando la sensación de estar limpio.
Se le
ocurrió la idea de rentar el local vacío y exponer ahí sus artesanías junto con
las de su amiga, pero ella le advirtió con una cara muy seria, que eso era una
pésima estrategia, pues el lugar estaba maldito.
Le contó
una historia mientras se sentaban debajo de la barandilla por la que habían
estado viendo el atardecer, ya no había luz natural, solo se encontraba la de
la tienda que estaba cerrando y la del malecón que alumbraba a la feliz familia
chapoteando en la orilla.
Recargados
en las piedras que cimientan el mirador del malecón, ella le confesó lo que
antes era aquel local hace algunos años.
—Se
trataba de una mina que extraía toda clase de minerales muy bonitos, pero nada
valiosos, no eran más que geodas curiosas que brillaban de todos los colores,
incluso fluorescentes a la luz de la luna o reflejando un brillo inexistente en
la completa oscuridad. Era todo un atractivo turístico de los pueblos cercanos.
>>Era
tanto el éxito, que el pueblito creció y pudo construir un malecón para atraer
todavía más gente.
>>Modificaron
la entrada de la mina para exhibir los minerales en el local que ahora está abandonado,
el otro antes era una cafetería de mucho prestigio, no había turista alguno que
no fuera por alguna bebida a ese lugar, mientras veían la puesta de sol, que
como habrán notado, suelen ser frías.
>>El
final del pasillo terminaba en una simple puerta de madera con una cerradura
muy antigua que servía para evitar que los turistas curiosos fueran a ingresar
a la mina y se perdiesen, pues no estaba iluminada y solo era trabajada en las
mañanas por los expertos.
>>Las
geodas se vendieron muy bien, pero no sabíamos que provocaban daños en la salud
a largo plazo, nos conformábamos con ver sus deslumbrantes colores y sus
caprichosas formas.
>>Algunos
turistas regresaron años después para pedir una indemnización, pues sus
familiares habían enloquecido e incluso cometieron actos terribles. Todo
causado porque estaban intoxicados y no razonaban como personas, sino que se
guiaban por sus instintos más primitivos y agresivos, haciendo que fuera
imposible una convivencia en sociedad.
>>A
la larga, tuvimos que dejar de vender esos artículos y el café decayó. Los
turistas que venían lo hacían por morbo y daban una mala imagen al pueblo, por
lo que muchos lo abandonaron, sobre todo porque algunos visitantes solían ser
muy agresivos con los locales. Insultándolos o arrojando piedras por el mal que
habían hecho. Como verás, no todos, sino que la minoría, eran inmaduros y
terminaron de destruir la reputación que habíamos conseguido.
>>Para
terminar con el turismo por completo, ocurrió en una ocasión, cuando una de las
parejas que se metían a ese sitio para realizar acciones que no son aceptadas
públicamente por la sociedad; decidieron romper el viejo candado y hacer sus
juegos dentro de la mina. Era de noche y nadie se percató.
>>Al
otro día las autoridades revisaron el sitio, pero no hubo señales de la feliz
pareja de turistas que, sin duda, tuvieron una aventura que perdurará por
siempre en el interior de aquel sitio.
>>La
historia de los desaparecidos se hizo famosa a nivel nacional y fue cuando el
gobierno decidió intervenir, se le cambio el nombre al pueblo, a la playa y se
modificaron algunos detalles sutiles, como el color de la presidencia.
>>A
pesar de que la playa te suene a que es otra, en realidad esa ya no está
presente, está eliminada del mapa, ha cambiado de nombre y ya no hay rastro de
los viejos tiempos agradables que tuvimos.
>>Se
suprimió todo lo turístico que pudiera haber en el sitio y se dejó, con el paso
de los años, en el total anonimato.
>>La
gente cree que el espíritu de la pareja sigue ahí dentro, que el hombre está
atrapado junto a la puerta, pidiendo auxilio y por eso se siente el viento
rugir por debajo; mientras que su amada yace ahogada en una cuenca que da al
mar y que servía como ventilación en el interior de la mina.
>>Nadie
se atreve a acercarse hasta el umbral, algunos afirman que se escuchan susurros
del más allá si pegas la oreja a la madera.
>>Los
locales de la tienda. Esa es otra historia, dejaron abandonado el que tenía los
minerales, por miedo a que la gente se volviera loca y le abriera la puerta al
fantasma del enamorado y éste tomara sus almas para llevarlas en busca de la
joven mujer.
>>
Por eso se mantiene bien cerrado, tanto el local, como la entrada a la mina. Y
pues, la tienda de regalos está hecha en realidad para cuidar aquel lugar y que
no vuelva una feliz pareja a desatar el caos que nos hizo desaparecer a todos
del mapa.
Terminó
de contar la historia justo al tiempo en que el señor regresaba de bañarse con
sus hijos, este le envió una mirada de sosiego, como regañándola por recordar
los tiempos del desastre.
—Lo
último que queda de todo esto que te conté —continuó—, es una pequeña placa pegada
firmemente a la entrada sellada de la mina, todavía se ve el bailoteo del
letrero motivado por los golpes del desesperado amante.
>>En
ella viene una simple inscripción, que nadie se atreve a ir a leer.
Volteó a
verlo a los ojos y dijo:
—‟Esta playa
no existe”.
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