Fuatuo, que palabra tan rara. Para poder describirlo, les
pido que me acompañen a una aventura que tuve unos días que me fui al campo.
Mi amigo
es agrónomo, lo acompañé en una ocasión que pude. Quería aprender de la huerta,
pues siempre me había gustado cuidar de la naturaleza, aunque mi afición me
había empujado a una carrera distinta que me mantenía lejos de todas esas
cuestiones, obligándome a vivir en una gran ciudad.
Me
explicó el trabajo duro que hacen todos los días, lo pesado que es pasar tantas
horas bajo el sol, moviendo la tierra, trayendo utensilios, cargando costales y
haciendo tantas actividades que en mi vida me habría imaginado.
Al final
del día, cuando ya oscurecía, la faena se había cumplido y no había ni un solo
fruto de su arduo trabajo, sino que tenían que esperar varios plazos, sino que
meses, para poder conseguir una recompensa.
Era
evidente, si uno planta un árbol, esperar que al siguiente año le dé frutos, al
menos, así era en mi caso, aunque siempre fracasaba, pues lo único que hacía
era regarlo cuando me acordaba.
Aquí
tratan la tierra, la abonan, podan los árboles, le ponen no sé cuánto químico a
las hojas y manipulan las plantas para que los animales no la consuman, como cubrirlas
en plásticos.
Todo
tenía su sentido para que, al pasar el tiempo, la gente pueda sentarse a comer
su buen plato de verduras y tener una vida saludable realizando sus respectivas
actividades en la ciudad.
Hay
tanto que le debemos al campo y esa es la razón de querer pasar una pequeña
temporada aquí.
Me
quedaba en la casa que había sido de su abuelo, estaba desocupada y pagaba mi
estancia trabajando para él, aunque siento que, en ocasiones, le entorpecía en
lugar de ser un apoyo.
Pasado
un mes, me propuse a sembrar mi propia plantita de papas.
Le pedí
permiso a mi amigo de poderla tener en el jardín frente a la casa verde y
desgastada de su familiar, es decir, frente a la ventana del hogar que ahora yo
habitaba.
Una
simple afirmación me bastó para cumplir mis sueños, fui a la tienda a comprar
una única papa. La llevé a mi sala y la dejé en un platito para sembrarla
después.
Ese día
me fui a laborar con una sonrisa hasta que el cansancio de la noche me hizo
recostarme y olvidar mis planes por un momento.
A la
mañana siguiente, no importaba la fecha, los fines de semana no hay descanso
como en las ciudades; me preparé para salir y vi mi pequeña papa en el plato,
me deprimí por haberla abandonado, así que le pinté una cara feliz y la dejé
posicionada para que me saludara a mi regreso.
El
tiempo pasaba y en una ocasión que tuve descanso, me levanté de mi
abotagamiento, me vestí como de costumbre, listo para tratar la tierra, y salí
a la faena de la papa en mi pequeño jardín.
Debo
admitir que me quedó muy bonita, dejé un plástico cerca del fregadero para
acordarme de regarla por las noches antes de cepillarme los dientes, así no se
me secaría mi pequeña planta.
Creció
más rápido de lo que me imaginaba y en dos semanas ya era una todo un arbusto
sano y hermoso.
Los que
veían mi pequeño proyecto me decían que ya estaba lista para arrancarla y comérsela.
A mí me parecía una monstruosidad, si mi papa ya estaba lista para el caldo desde
que la compré, pero no quería desayunármela, sino que pretendía que viviera lo
máximo que pudiera.
Al mes
ya había florecido con unas preciosas flores blancas, algunos campesinos se
sorprendieron de que haya llegado a tal extremo. Hubo quienes incluso afirmaron
nunca haber visto una de esas plantas tan desarrolladas, desconociendo esos
capullos pequeños, pero elegantes con un toque amarillo como el oro
resplandeciente con la luz del sol.
Mi amigo
me criticó cuando le conté del fenómeno de mi papa, me dijo que debí haberla
arrancado desde hacía tanto tiempo, que ya no estaba buena para comer, porque
las flores le quitan nutrientes al tubérculo e incluso producen sustancias que
son dañinas para el cuerpo, dando una sensación de pesadez y gases.
Le comenté
que no me importaba, que yo la quería como una planta ornamentaría y no como
una hortaliza. Me volteó a ver con una cara de incomprensión y siguió en sus
labores.
Con el
tiempo las hermosas flores se cerraron y dieron paso a unas bayas verdes casi
iguales a los tomates. Un vecino me dijo que nunca había visto una planta que
diera esos frutos, le dije que pertenecía a una papa, se rio y se fue. Probablemente
me consideraba ridículo por haber dejado que un tubérculo creciera al punto de tener
semillas.
No hacía
más que regar y admirar a mi plantita, me decidí a permanecer en aquel campo el
tiempo que pudiera mientras mi planta seguía germinando y proliferando.
Una
noche, un par de campesinos me vieron cuidando mi pequeño huerto y me dijeron
muy serios que probablemente iba a tener fuatuo, que tuviera cuidado y sacara
esa planta de una vez. Les pregunté sobre aquello y me dijeron que era un
animal que produce la tierra para quitar los tubérculos cuando ya se han
pasado.
Creí que
se referían a un topo o algo por el estilo, pues no había insectos rondando mi
planta.
Un día
que salí, la planta había comenzado a marchitarse. Sus bellas hojas verdes
oscuras, ahora se veía quemadas y tristes, como si un peso las obligara a
doblarse hacia el piso.
La cuidé
lo mejor que pude, no sabía ya que hacer. No era un experto en el campo, lo
único que sabía hacer era regar, plantar y abonar.
Una rama
se pudrió, partiéndose y dejando ver una grieta verde opaco en el interior del
tallo. En ese momento pensé en el fuatuo que me habían dicho aquellos
campesinos. Me asusté y resolví desenterrarla al siguiente día para comprobar
que no tuviera topos.
Para mi
sorpresa no eran esos animales los que ahí se encontraban, sin embargo, pude
comprender a lo que se referían aquellos ancianos con la palabra tan rara.
La
pequeña papa que había plantado estaba llena ahora de raíces y otras cosas
similares, haciendo un canal de comunicación. Eso sí, no solo era información
nutrimental la que se transmitía entre ellas, sino que, en su interior, había
una especie de esfera de gusanos, moviéndose y comiendo todo lo que pudieran,
pasando por el interior de los bulbos como si de una pequeña aldea se tratara.
La
impresión fue muy grande. De inmediato dejé caer la planta y vi como se
retorcían aquellas lombrices en el interior de mi papa, partiéndola en dos. Una
parte quedó enterrada y la otra en el piso, todavía unida al tallo.
Ambas
partes contenían un espectáculo de tierra, tubérculos podridos y lombrices
bailando al ritmo de una gran ciudad, a toda velocidad, buscando continuar con
sus vidas.
Mi papa
había sido víctima del fuatuo.
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