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No lo entiendo.

Subí al auto, era practicante en una nueva ciudad y fue mi primera prueba.

               Iba sentado junto al conductor que, momentos antes, me habían presentado y que no recordaba ni el nombre.

               Me abroché el cinturón como dice el reglamento. Se suponía que sería un paseo rutinario de no más de un par de horas, y después me dejarían en la comisaría para aprender sobre el papeleo que ahí se realiza. Solo que era necesario conocer la ciudad antes que nada.

               Mi acompañante se veía muy serio, un señor mayor con una mandíbula fuerte y tosca que daba una sensación grotesca a su aspecto, un tipo musculoso con el que seguramente no querrías problemas. Bastante intimidante sin duda alguna.

               Comenzamos el viaje. Él me iba preguntando detalles insignificantes de mi pequeño pueblo, después comenzó a interrogarme sobre lo que vi en la academia y la razón por la que había ingresado a la fuerza de seguridad en la urbe.

               No sabía bien que responder, era tímido y novato en toda regla. Me sentía muy oprimido y ridículo, un ser escuálido al lado de una mole llena de experiencia.

               De momento pareció que se aburría de lo que le contaba, pues nos quedamos callados un momento. El auto iba dando rondines por calles muy grandes, bien iluminadas y, curiosamente, muy vacías; había pocos peatones y vehículos.

               Hacía poco había llovido, se notaba por el brillo reflejado de las farolas en la humedad residual del asfalto. Me resultaba muy nostálgico todo. Por momentos no sabía si estaba haciendo lo correcto o me había metido en un lugar equivocado.

               Mi compañero comenzó a hablar, me platicaba de su vida en general, parecía que estaba triste por alguna razón.

               Contó que había tenido un copiloto hacía poco, pero que se tuvo que ir a otro lado. Al parecer habían tejido una buena amistad de varios años, solo que ahora me tenía a mí, un simple principiante debilucho y cohibido.

               Me volteó a ver y descubrió una mirada de joven aprendiz que lo hizo desviar de tema, siento que me minimizó por mi edad y desconocimientos, pues la plática empezó a rondar sobre cuestiones ordinarios y del trabajo, como si hubiera recordado que todavía era muy pequeño para esos asuntos y primero necesitaba ser instruido.

               Estaba un poco molesto, era capaz de comprender situaciones personales y no solo estar al pendiente de las labores.

               Él seguía mencionando la poca gente que había en las avenidas, además de que solía ser un paseo de lo más tranquilo. Repasó conmigo toda la ruta, se la sabía de memoria.

               En menos de quince minutos ya tenía descritas todas las calles por las que pasaríamos, las vueltas que daríamos, los tiempos empleados y lo que suele haber, así que me parecía que sería una noche perezosa, aunque solo estuviera dos horas.

               Volvió a estar en silencio otro rato y, al ver que no comenzaba la plática, me preguntó si no quería pasar todo el turno con él, pues sin su compañero, sería muy tedioso y debía evitar quedarse dormido. Lo supuse, porque es una de las razones por las que los oficiales suelen ir acompañados en sus travesías.

               Asentí y me recliné para ver cómo se empañaba el espejo de mi lado, había comenzado una llovizna leve, de esas que solo se perciben con el tiempo, porque ni siquiera se notan con el tacto.

               En eso se nos cruzó una camioneta a gran velocidad. No estaba preparado para nada, así que salté en mi asiento sorprendido y con el frenado de mi compañero.

               Abrí los ojos lo más que pude, creo que hasta grité, me encontraba exaltado.

               La postura del conductor fue cambiada por completo, de su típica forma habitual que había tenido desde el comienzo, se había transformado en una especie de depredador a punto de saltar sobre su presa. Todavía más ensimismado en la emoción de lo que yo estaba.

               Aceleró a fondo y prendió las sirenas, haciendo el hermoso espectáculo que sale en la televisión del policía persiguiendo al fugitivo.

               Nos acercábamos rápidamente, pensé en usar la radio para solicitar apoyo, pero quería hacer esto solo en mi primera misión como novato; pero el destino tiene técnicas muy extrañas que nos pueden sorprender en más de una ocasión.

               El fugitivo encendió su direccional a la derecha, como si nos avisara hacia donde giraría, se me hizo algo totalmente ridículo, sin embargo, ¡mi compañero hizo exactamente lo mismo! Estaba más asombrado por mi camarada al seguirle el juego. Creo que estaba viéndolo y perdí la pista del otro vehículo.

               ¿Cómo se le ocurrió poner la direccional?, ni que estuvieran jugando.

               El auto de enfrente hizo un movimiento brusco hacia la izquierda, tumbando unos botes de basura e impidiéndonos darles caza en el momento.

               Se metió a una calle perpendicular a la que veníamos y nos llevó gran ventaja debido a los obstáculos que nos impidieron la visión, obligándonos a reducir la velocidad para evitar una colisión.

               Escuchamos un rechinido de llantas y perdimos de perspectiva al prófugo.

               Aceleramos nuevamente a fondo, aplastando latas y bolsas de basura que quedaron desperdigados por la calle.

               Esperaba girar en cualquier momento, pero mi compañero… ¡volvió a poner la direccional, al tiempo que se seguía recto!

               Si esas eran las tácticas de esta ciudad, no tenían el menor sentido.

               Avanzamos unas cuantas cuadras. Yo estaba mudo, no sabía que sucedía.

               Escuchábamos de vez cuando el chillido lejano de las llantas, así que el desertor seguía haciendo fechorías. Necesitábamos dar con él.

               Amainó la velocidad, conduciendo nuevamente con la calma del inicio. Apagó las sirenas. ¡Yo estaba que me salía de la patrulla y le daba caza a pie al otro vehículo!

               Se iba deteniendo en cada intercepción, como si cediera el paso a otro auto fantasma y luego continuara felizmente hacia su casa para comer con su familia en un adorable día soleado.

               ¡Nada tenía ningún sentido!

               Y el colmo de todo, en una que nos detuvimos, ¡esta vez sí había un vehículo!, pero, no era uno cualquiera.

               ¡¡Se trataba del mismísimo prófugo!!

               Parecía una broma, todavía tenía la direccional puesta, solo que ahora hacia la izquierda. En cuanto lo vio mi compañero… lo dejó pasar.

               Se cruzaron la mirada de los conductores, quedándose así, fijamente una clavada en la otra durante unos instantes.

               Mi compañero hizo un movimiento brusco. Como no iba a ser de otra manera, ¡puso también la intermitente!, pero a la derecha. A pesar de que nuestro objetivo había pasado frente a nosotros y se dirigía a la izquierda.

               Dio un acelerón, pero, oh, crueles sorpresas del destino. ¡Se siguió de frente!, sin siquiera hacer el intento de ir tras él.

               Al parecer le perdió todo interés al ver que ya respetaba los límites de velocidad, que por cierto también era falso, pues los superaba, solo que no como lo había hecho antes.

               Simplemente… no lo entiendo.

 




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